La 29ª Cumbre del Clima volvió a poner en evidencia las tensiones entre los intereses económicos de los grandes productores de combustibles fósiles y la necesidad urgente de acción climática. “El petróleo y el gas son regalos de Dios y no debe culparse a los países que los poseen”. Así abrió Ilham Aliev, presidente de Azerbaiyán, su discurso en la inauguración cumbre, celebrada en Bakú la semana pasada. Sus palabras, pronunciadas en el Estadio Olímpico de la ciudad, resuenan irónicas en un año marcado por inundaciones devastadoras, tormentas extremas y una sucesión de récords inquietantes: emisiones históricas, temperaturas sin precedente y muertos, cientos de muertos causados por fenómenos meteorológicos. Es innecesaria la aclaración: la industria petrolera es uno de los sectores clave de la economía en Azerbaiyán.
La paradoja recuerda a la anterior Conferencia de las Partes celebrada el año pasado en Dubai, séptima potencia petrolera mundial: el presidente de la COP28, el sultán Ahmed Al Jaber, era el director de la principal petrolera emiratí. Resultaba irónico que los Emiratos Árabes Unidos, miembro prominente de la OPEP que se propone aumentar su producción a 5 millones de barriles diarios para 2027, fuera, al mismo tiempo, sede del más importante evento climático, destinado a encabezar la transición energética.
La alucinación de la autopercepción llegó también al mundo de la sostenibilidad. Situaciones que unos años atrás hubieran sido consideradas insult...